Mil maneras de evocar el alma

Llega la noche del fin de semana, el único día donde la oscuridad puede aclarar nuestros cuerpos alejando las obligaciones para darle paso a la transparencia más fidedigna…
Con la conciencia de no hacer nada, de no querer nada, anidando tan solo el paso del tiempo, ante el espejo se despeja lo que no se puede ver y lo mucho que nos queda, allí está, aquí esta, justo en los lugares que aparentan el vacio.
Allí que nada queda, puedo saber que sola tengo un lugar, donde el eco de mis pensamientos invaden las vibraciones del viento, un lugar… un ya irrepetible, irreversible y a veces irremediable.
De mi aura tal vez nadie pueda ver su color, tal vez se acerquen a la opacidad que dan los grises, pero ahora los demás son lo menos importante. Sola estoy, sola soy protectora de lo único inconmensurable, del…
Una breve interrupción me saca de mi seguridad, y me regala un boleto de vuelta al mundo de los otros…, una dulce ironía, un poco de alimento para el cuerpo que solo puede ser brindado con total desinterés por la noble mano de una madre. Aunque sola puedo al fin olvidar esas hermosas figuras del mundo que miro con nostalgia con el frio filtro de la causalidad para rencontrarme con lo que llamo osadamente… una presencia casi tan suave como esta evocación me retracta y me da sus mimos para llenar mi alma concupiscente, entonces así como hasta en el desorden de las cobijas en la cama puedo encontrar cordilleras, con la imaginación de un niño puedo encontrar en el pan con queso y cacao un poco del sentido que hoy evoco.
¿Qué mejor alimento puede haber? Un poco de calor y un neutro suave como excusa para poner un poco de esencia en medio, un café da el calor de un beso que hoy falta y un pan es apenas una excusa para poner una lagrima o un amor, entonces nada es demasiado diferente, todo puede ser de la misma sustancia que ella, que el alma.
Puedo atrapar el suspiro, con el rabillo del ojo veo la calma, hay un lugar donde se pueden encarnar las ilusiones y creo de nuevo en la fe, mi pecho se va aquietando dejando deslizar en su profundidad su única habitante…
Al fin llega el momento, viene a mi el sueño, se cierran los ojos para caminar al único lugar realmente nuestro, tan singular que en el día olvidamos sus figuras por no tener nada con que compararlo, llega el instante eterno donde se pierde el miedo y se van las sombras para ver al fin… el alma.
Segunda parte
Pero pese a que los ojos ya se han cerrado, el cuerpo me da un último reflejo. El lápiz yacía en el suelo, las hojas habían volado lejos y las rodillas ya se habían desmayado, pero un peso en mi mano izquierdo me trae de regreso.
En la palma una tasa vacía , solo un frio sorbo la ocupaba, viene a mi la consciencia y con ella un reflejo trae el recuerdo del café de la mañana, ese café que me despierta en la semana y retomo con distancia esa secuencia, me levanto con pesar para dejar todo en su debido lugar, pero con la certeza de poder volver a la cama para rendir las horas entre pensamientos, aunque esta vez como muchas otras no logro desafiar a mi naturaleza desencajada y sin detenerlo pienso en el mañana… ese primer síntoma de la tristeza, esperar un nuevo día creyendo encontrar en otra hora lo que hoy no vimos, como queriendo percibir los colores que nuestros humildes ojos no pueden ver (los dos lados de la moneda al mismo tiempo)
¿Por qué?, ¿Por qué tenía que pensar en el mañana? Si mañana el alma parecería una carga que nadie quiere llevar, si mañana no habrá manos que escriben, ni manos que piensan, si todas estarán ocupadas, llevaran maletas en la rutina de la huida a la labor diaria.
¿Qué queda del mañana?, entonces usurpándome el tiempo me veo al otro día; sentada en medio de la plaza sintiendo el humo nublando mis anhelos, junto a el miles de pies afanados corriendo retumbando por mi cabeza, pienso en esto y el llanto que no he derramado ni derramare se conjura con el presente dejando a merced un corazón desorientado, al saberse finito tras entender la extensión de las horas, al saber que mañana se sentara en unos ladrillos atiborrados de personas, mirando fijamente al horizonte desleído de la ciudad, siendo un águila bicéfala, que es feliz allí buscando un como y un camino, pero sintiendo la tragedia de abandonar esa pequeña isla para tener que adelantar los compromisos e irme con la cabeza que actúa, con la cabeza q estabiliza al mundo en una pequeña esfera general por la cual solo cabe un cuerpo, por la cual solo puedo caminar con premura.

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