Meditaciones del silencio diciente

A hora y media de camino


Regreso muy tarde para ver la luz y parto demasiado temprano para verla ya formada, quizá sea ver la transición de la oposición la motivación de mis inquietudes en este viaje cotidiano, casi como ver caer la moneda y seguir buscando la confirmación de la otra cara.
Nazco a la quinta hora porque vivo en un lugar que dificulta mi rutina, pero al que nunca dejaré de regresar. Mi día se parte en dos; el lugar del movimiento, del sol, del allá lejano, y el momento de la quietud, de la noche, del aquí cercano, entre tropezar con muros y arboles trastoca mi camino. Por eso si he de viajar, mejor hacerlo también por dentro.
Hora y media me separa de la pregunta a la respuesta, entonces tomo un bus que me lleva del hogar al caos…Yo no pido mucho para viajar, sólo una ventana lo suficientemente grande para asomar mi cuerpo a ver mi alma.
Yo entiendo que son distancias las que unen las ruedas, pero siento como el cosmos se invierte con su movimiento y posiblemente sea yo la que baje de la rueda, luego miro al espejo, el me confirma únicamente el cambio de lugar, aunque yo suelo encontrar los recuerdos más allá de las imágenes haciéndole trampa a las fronteras de la probabilidad.

A un lado de la carretera veo el inicio del amanecer, el esboza las figuras del paisaje lo suficiente para reinventarlas con un matiz propio, entonces nada parece ser tan perecedero, el frió congela las imágenes para poderlas recordar y el viento que se cuela por las ventanas entorpece lo necesario al cerebro para tener más libertad.
El horizonte se abre entre animales y cultivos, la humedad despide una neblina baja, como deseando ser el aura de la tierra, haciéndome olvidar del suelo, y las montañas ya acarician los primeros colores recordando lo lejanas pero delicadas que suelen ser algunas ideas.
El firmamento parece haber sido retocado por las manos de un artista, entonces por cansancio o por curiosidad, cierro los ojos y la boca para hablar y ver mejor…Renuncio al miedo, ignoro la dirección exacta de mi peso, renuncio al miedo por fe, será porque voy a un lugar donde nada me podrá hurtar, un momento al cual solo yo puedo pasar.
La atmósfera se hace cada vez mas envolvente y mi vista seca por cuantificar, va haciéndose valiente para resguardarse en las especulaciones de la única existencia probable, la del propio ser.
Por fin he cruzado el abismo y me encuentro con la reconstrucción del mundo que brinda la imaginación con ínfulas de creatividad, me encuentro en la total ignorancia del presente, para prestarle atención a mis recuerdos. Entonces se ofrece ante mí el repertorio de las huellas, tamizando mi memoria de la levedad, pero tallando cada piedra que entorpeció mis pasos, por hacer más lento mi transcurrir o por alegrarlo demasiado.

Luego la duda, el dolor y la fortuna se conjugan en medio del viaje para lograr miles de hazañas en torno al arte de la creación y le robo al sueño las palabras suficientes para justificar la concepción del mundo fuera de esta intangibilidad.
La velocidad del vehículo impregna al exterior de una sensación de quietud, que me recuerda las tardes de sosiego sentada en la silla de algún parque, viendo pasar las horas, hablando con el viento del movimiento que contemplo, empero, ahora, parece haberse sentado la tierra, sólo para contemplar los deseos de eternidad que se impregnan en mi somnolencia, con la seguridad de que al despertar seré yo de nuevo la que toma asiento para ver los días florecer.

De regreso, de nuevo a hora y media de camino, me encuentro al atardecer siempre tan susceptible de ser glorificado enredarme en su halo de majestad. La sábana se abre a la llegada de mi hogar bajo las siluetas del bosque, las nubes duermen como espuma donde yo intento limpiar los pecados de la desprevención con los que me ha manchado la rutina.
Al llegar, ya esta vestido de negro el cielo, mis ojos se entreabren de nuevo para tropezarme con la confusión, y los rumores del sueño han empañado los cristales para no ser olvidados, entonces de inmediato busco en el fondo del bolso la cuota para pagar el precio del viaje, me levanto y mi mano suelta el dinero, pero guarda el impulso del movimiento que animará más tarde a testificar en el papel la ruta del onirismo y la ensoñación. 13
Porque cada idea es un viaje que nos aleja y nos obliga a buscar espíritus detrás de cada objeto presenciado.

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